Junto con el barbero, el cura Pero Pérez es uno de los grandes amigos que tiene nuestro don Quijote en su pueblo manchego. Es él, al parecer, muy docto en lo que a novelas de caballería respecta:
y así, si me fuera lícito ahora y el auditorio lo requiriera, yo dijera cosas acerca de lo que han de tener los libros de caballerías para ser buenos, que quizá fueran de provecho y aun de gusto para algunos (Cap. XXXII, pág. 325).
Lo anterior pareciera fundamentar la autoridad de Pero Pérez en materia novelesca.
Sin embargo, si lo que queremos es constatar la tolerancia o intolerancia de nuestro cura a propósito de las novelas de caballería, los primeros pasos, que dejan inmortales huellas, de la novela, nos ofrecen ricos ejemplos . Así, Pero Pérez, acorde con las palabras que la sobrina profiere a propósito de nuestro héroe, considerará que los libros de caballería son herejes y por lo tanto merecen sucumbir en la hoguera:
-Esto digo yo también- dijo el cura-, y a fe que no se pase el día de mañana sin que de ellos no se haga acto público, y sean condenados al fuego, porque no ocasión a quien los leyere de hacer lo que mi buen amigo debe de haber hecho (Cap. V, pág. 59).
Se infiere de la cita anterior que los libros considerados aceptables (y, por lo tanto, acordes con acordes con la recta razón) serán aquellos que no hagan que su lector pierda el juicio, y toda obra que no reúna este requisito será considerada de distinta especie, es decir, diversa. ¿Es una diversidad aceptable? No, evidentemente; que trastocar el juicio ha sido siempre gran prejuicio. Tenemos, pues, que en un primer momento comporta una intolerancia frente a lo diverso.
Pero, más avanzado el auto de fe antes señalado, nos daremos cuenta de que el problema no es tan simple como para que se resuelva arrojando al fuego cuantos libros en la biblioteca de Don Quijote había: puede que haya textos que no merezcan tan duro castigo. Tal será el caso del primero de los libros ( tanto en el orden que sigue Maese Nicolás como en relación al género en cuestión). Así, Los Cuatro libros del virtuoso caballero Amadís de Gaula en primera instancia Pero Pérez condenará al fuego por ser dogmatizador de una secta tan mala (Cap. VI, pág. 61); pero más tarde, disuadido de ello por su compadre el barbero – quien arguye: no, señor, (...) que también he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así, como único en su arte, se debe perdonar (Cap. VI, pág. 61)- nuestro cura perdonará absolverá al Amadís.
¿El cura es tolerante ante el Amadís porque difiere del resto de las novelas de caballería en cuanto a trastornadoras del juicio? No, puesto que sabemos que Don Quijote lo pierde de tanto leer novelas de caballerías, entre las cuales estuvo la de Garci Rodríguez. ¿Cómo resolver entonces la contradicción? Las palabras del barbero nos salvarán del meollo: el Amadís es único en su arte, es decir, es diverso frente al resto de los libros de caballería que tiene por hijos. Ahora sí que estamos en condiciones de saber porqué el cura perdona al primer libro de Garci Rodríguez: único en su especie, el Amadís no es responsable de que después tanto imitador suyo haya proliferado y colmado las librerías y bibliotecas, trastocando el juicio de Don Quijote y de muchos otros más y mereciendo iluminar la noche ardiendo en una hoguera. A la razón que acabamos de dar, hay que sumar otra de carácter más extratextual: el Amadís es necesario para que la crítica a la novela de caballerías tenga lugar. Debe existir como lo que debe ( y es) superado.
En síntesis, Pero Pérez se muestra en el caso antes señalado tolerante frente a lo diverso.
Siempre en el escrutinio, encontrámonos con algo muy curioso: a la hora de juzgar al texto Florismarte de Hircania, dice el cura: ha de parar presto al corral, a pesar de su extraño nacimiento y soñadas aventuras, que no da a lugar otra cosa la dureza y sequedad de su estilo (Cap. VI, pág. 62), es decir, la novela hubiésese salvado de no ser por su estilo, de donde es posible obtener que la obra antes señalada bien podría haber sobrevivido a la quema (y ello gracias a elementos propios de las novelas de caballería) si hubiese estado escrita de otra modo ( o sea que otra obra, a pesar de no ser libro de caballería, si presentase también un estilo duro y seco, habría acabado entre las llamas). Si bien es discutible, vamos a considerar el estilo como un rasgo formal y, como tal, externo, no atingente a la esencia: en pocas palabras, distinto. Tenemos entonces que de lo anterior obtenemos que Pero Pérez manifiesta una intolerancia hacia lo distinto.
Un fin distinto del que alcanza la mayoría de las novelas que por las manos del cura pasan logra el Espejo de caballerías, ya que, si los primeros acaban en el fuego, éste termina, junto a todos los que se hallaren que tratan de estas cosas de Francia (Cap. VI, pág. 64)- salvo dos que el cura no perdona-, en un pozo en espera de que se decida qué hacer con ellos. Si bien aquí nuevamente se patentiza una contradicción respecto a la resolución primera de condenar a las llamas a cuanto libro de caballería hubiese en la biblioteca de Don Quijote por considerárseles perniciosos para el buen juicio, la salida del problema se halla, si se acepta nuestra propuesta, más fácilmente: pareciera ser que el cura, consciente de la diversidad de los pueblos, perdona estos libros de origen extranjero porque sabía que, lo que en España es dañino, bien podría no serlo en otra parte del mundo. En conclusión, el cura se manifiesta tolerante – aunque con matices, dado que aísla las obras en cuestión- frente a lo diverso.
Avanza un poco más el auto de fe que el cura, el barbero, el ama y la sobrina hacen con la biblioteca del Caballero de la Triste Figura y nuevamente nos topamos con otra contradicción, a propósito del texto El Palmerín de Inglaterra:
Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una, porque él por sí es muy bueno; y otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio; las razones, cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla con mucha propiedad y entendimiento (Cap. VI, pág. 65).
¿Que no todas las novelas de caballería iluminarían el patio de la casa de Don Quijote con las llamas que alimentarían? Como sea, Pero Pérez salva del fuego esta novela. Veamos una a una las razones. En primer lugar, está la excelente calidad de las aventuras, juicio que constituye una opinión vertida sobre un aspecto que no afecta a la esencia ( o sea, un aspecto que es distinto): en todas las novelas de caballerías hay aventuras, éste es un rasgo esencial, pero que sean buenas ( en cuanto a entretenidas), aunque deseable, no está en la substancia de la cosa. En segundo lugar, está el rumor de que el autor del texto en cuestión es un rey. El autor tampoco constituye un rasgo esencial para la novela de caballería, por lo que nuevamente Pero Pérez es tolerante frente a lo distinto. En tercer y último lugar hallamos que el cura la salva también porque sus razones son acordes con las del hombre decoroso y muy docto. Aquí, a diferencia de los casos anteriores, hay tolerancia, no de lo distinto, sino de lo diverso: se aceptan los razonamientos que hay en el libro porque armonizan con la recta razón: si no fuese así, el Palmerín de Inglaterra hubiese también hubiese perecido entre las flamas.
Aprovechándose tal vez de que su compadre había intercedido a favor de uno de sus preferidos personales, el barbero decide hacer lo mismo lo mismo con otro que es de su gusto: nos referimos a Don Belianís. El cura accede a la petición de su amigo, poniendo como condición que éste último lo guarde muy bien hasta que la excesiva cólera del protagonista sea templada y reprimida la larga descripción de una máquina que en él aparece. Vemos en está situación translúcidamente cómo el pastor de almas manifiesta tolerancia frente los gustos de su camarada el barbero.
Cánsase nuestro cura de tanta inspección minuciosa y ordena al ama que arroje por la ventana al corral el resto de los volúmenes que componían la colección de nuestro héroe; mas, aparentemente por cosas del destino, cáese la Historia del famoso Caballero Tirante el Blanco, ante el cual exclama:
-¡Válame Dios-(...), que aquí está Tirante el Blanco! Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos (...) Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros carecen (Cap. VI, pág. 66)
Sabemos que la mayor razón que tiene Cervantes para salvar este libro radica en su verosimilitud, gracias a la cual se erige como un puente entre el mundo del Amadís y el de Don Quijote. Esta idea se ve reflejada claramente en las razones que da Pero Pérez para perdonarlo del fuego: elogia el hecho de que los caballeros que en él aparecen hagan cosas propias de hombres: comer, dormir, morir y pensar en la posteridad. Pero ¿ ante qué se muestra tolerante? Ante lo diverso o lo distinto? Ante lo primero, sin duda, puesto que, a diferencia de él, el resto de las novelas de caballería nos presenta a hombres que muy poco tienen de humanos, lo cual no se condice ya con la realidad de Cervantes. En otras palabras, Tirante el Blanco presenta ya rasgos esenciales que lo diferencian ya de la simple novela de caballería. Sin embargo, ante este texto, el ministro de la verdadera fe no manifiesta sólo elogios:
Os digo que merecería el que el compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida (Cap. VI, pág. 66).
Sabemos que tales necedades, ante las cuales el cura se muestra intolerante, consisten en una exacerbada lascivia, la cual atenta contra la prudencia, la justa razón. De ahí que podamos decir que nuestro personaje es intolerante frente a lo diverso.
¿Hubo más libros que mereciesen ser salvados? Cervantes no lo creyó.
Importante nos parece, a propósito del análisis que aquí se hace, traer a presencia algunas de las últimas palabras de Don Quijote de La Mancha:
Pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por mi las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo sin duda alguna ( Cap. LXXIV, pág. 1106).
(Séanos perdonado habernos salido de la primera parte de la obra). Teniendo esta cita presente, podemos decir que el objetivo fundamental de Cervantes era acabar con las novelas de caballerías. ¿Por qué entonces no las arrojó a todas a las llamas? Ya vimos que Amadís y Tirante el Blanco son necesarias; pero ¿y el resto? Podemos proponer como respuesta a esta interrogante al menos tres razones: en primer lugar, porque la vista de nuestro excelso autor es capaz de captar los rasgos, los matices que pueden paliar en parte lo corruptor y dañino que hay en los libros de caballerías; Cervantes es capaz de percibir la pequeña flor que crece en el sitio despoblado de humanidad ( que muy poca la había en las novelas de caballería) y salvar por ello a todo el conjunto, no excluyendo, eso sí, la absoluta necesidad de humanizarlo. En segundo lugar, según Américo Castro, Hay en Cervantes dos caminos: el de lo heroico ( fantasía épico-heroica) y el de lo intelectual ( razón crítico- reflexiva), los cuales fueron experimentados por el mismo. Así, quizá salva algunas novelas porque en ellas se recorren algunos pasajes del laberíntico dualismo esencial cervantino. En tercer y último lugar, podemos proponer que El Manco de Lepanto busca denunciar cuan próximo está el cura de los gustos e intereses del vulgo, que, como sabemos, no muy lejos andaba de don Quijote en lo que a perder el juicio respecta. Dice un ventero:
A lo menos, de mí sé decir que cuando oyo decir aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma gana de hacer otro tanto, y querría estar oyéndolos noches y días (Cap. XXXII, pág. 321).
Y cómo dejar fuera a la buena de Maritornes:
-Así es la verdad- (...), y a buena fe que yo también gusto mucho de oír aquellas cosas, que son muy lindas, y más cuando cuentan que se está la otra señora debajo de unos naranjos abrazada con su caballero, y que les está una dueña haciéndoles la guarda, muerta de envidia y con mucho sobresalto. Digo que todo esto es cosa de mieles (Cap. XXXII, pág. 321).
En los fragmentos anteriores, si se quiere, es posible percibir implícitamente y por oposición el espíritu humanista que, por supuesto, llega hasta nuestro autor, y que, exaltando la supremacía del docto y la fe en la cultura, siente un desdén infinito por la masa ignorante. Así, el cura, si bien el gusto que profesa por los libros de caballería no llega a tanto como el de este ventero, lo cierto es que, tal como vimos en párrafos anteriores, siente él por algunas obras una afición extremada que lo lleva a prorrumpir en exclamaciones que ya hemos consignado. En esto, podríase inferir una crítica a una Iglesia que cae en devociones fundadas en la ignorancia, del mismo modo como lo hace el vulgo baladí.
Si lo expuesto en el párrafo anterior es merecedor de cierta credibilidad, en el cura se manifestaría plenamente un aspecto del espíritu humanista del Renacimiento: tal como señala Américo Castro, Cervantes se deja guiar por el complejo espíritu de fines de siglo, que corresponde a una mezcla extraña de adhesión a la iglesia y cristianismo racionalista propio de Erasmo.
Sin embargo, pese a que el cura comparta en parte este gusto propio de las masas, lo cierto es que él mismo encarna ante los libros de caballería una actitud que podríamos decir que es la del propio Cervantes:
-Hermano mío – dijo el cura ( a propósito de dos libros de caballería)- estos dos libros son mentirosos y están llenos de disparates y devaneos (Cap. XXXII, pág. 323).
En lo anterior se explicita una vez más cómo el cura se muestra intolerante frente a las novelas en cuestión, tachándolas de historias falsas y desatinadas. Pero compórtase también así frente a la opinión del ventero, quien insiste son dichas historias muy verdaderas: ¡bueno es que quiera darme vuestra merced – dice al cura- a entender que todo aquello que estos buenos libros dicen sea disparates y mentiras, estando impreso con licencia de los señores del Consejo Real, como si ellos fueran gente que habían de dejar imprimir tanta mentira junta (Cap. XXXII, pág. 325).
Aparte quede la crítica a los encargados de determinar qué obras se imprimen y cuáles no. Lo que nos importa, es que Pero Pérez es también intolerante a la opinión del ventero, o sea, ante lo distinto.
No obstante lo anterior, cojea nuestro cura del mismo pie que el ventero: tampoco es él capaz de establecer la distinción entre fantasía y realidad histórica:
Y este Diego García de Paredes fue un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo, en Extremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia, y, puesto con un montante en la entrada de un puente, detuvo a todo un innumerable ejército, que no pasase por ella (Cap. XXXI, pág. 323).
Tachará de mentirosas las novelas de caballería, pero cree fervientemente las leyendas que en torno a personajes históricos se van creando. Podríase hablar en cierta medida de una tolerancia respecto a las opiniones corrientes o populares.
¿A qué se debe este uso que hace Cervantes del cura? ¿por qué exponer algunas veces su pensamiento a través de él y otras rebajarlo a un nivel pedestre culturalmente hablando? Propónese aquí la explicación siguiente: tal como apunta Américo Castro, opera en nuestro autor el criterio de la doble verdad, tal como lo hace en un Giordano Bruno, un Galileo o un Montaigne. Así, Cervantes se parapeta, elude a los sabuesos de la Santa Inquisición transmitiendo su pensamiento por la boca de un ministro de Dios; mas, en cuanto logra despistarlos, se burla del cura y con ello, critica a la iglesia.
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3 comentarios:
cuac
En primer lugar, valoro que hayas retomado por ahora la publicación en este blog que habías dejado abandonado durante algún tiempo. Ojalá y siguieras publicando aquí otros textos como éste en el futuro, de modo que pueda hacerte mis comentarios al respecto y otras personas se aprovechen en lo porvenir de estas publicaciones (sea para bien o para mal).
Un trabajo muy interesante, por cierto y bien logrado, según me parece. Sólo hay un detalle fundamental que impide su lectura fluida y su comprensión cabal: la diferencia entre "lo distinto" y "lo diverso": si estos conceptos fueran explicados en general y, luego, en cada una de las ocasiones en que son usados, no cabría ninguna cosa fundamental para criticarle a este texto.
Sin embargo, persisten una serie de detalles menos significantes, aunque igualmente deben ser atendidos para una mejor comprensión del texto y una mejor configuración de los futuros (aunque éste parece haber sido redactado hace tiempo):
1. En las citas, aparte del capítulo, conviene señalar si se trata del "Ingenioso Hidalgo" o del "Ingenioso Caballero".
2. Falta una palabra en: "porque no [den] ocasión a quien los leyere de hacer [...]".
3. Se repite "acordes con".
4. Dice "prejuicio" en lugar de "perjuicio".
5. Tal vez convendría justificar la caracterización de "lo diverso".
6. Hay espacio entre paréntesis y letra interior.
7. Hay sintaxis poco conveniente a un texto expositivo-explicativo: "Los Cuatro libros del virtuoso caballero Amadís de Gaula en primera instancia Pero Pérez condenará al fuego"; no sólo el asunto sintáctico, sino también incongruencia en el uso de mayúsculas y omisión de una marca especial (letra cursiva) para el título de la obra mencionada.
8. Faltan comillas en las citas textuales.
9. Falta marcar (con cursiva) los títulos de las obras citadas.
10. Omisión de nexo en: "perdonará [y] absolverá al Amadís".
11. Dice "porqué" en lugar de "por qué".
12. Omisión en: "lo que debe [ser] ( y es) superado" (y aquí se evidencia también el espacio susodicho entre el paréntesis y la palabra interior).
13. Inconcordancia de género en "Escrita de otra modo".
14. Leísmo en "considerárseles".
15. Separación entre guion y letra interior, además de que los guiones usados son muy pequeños.
16. Donde dice "El autor tampoco constituye un rasgo esencial para la novela de caballería", podría añadirse "quién sea" al principio, de modo que diga "Quién sea el autor tampoco [...]".
17. Conviene aclarar similitudes y diferencias entre "lo distinto" y "lo diverso": ¿las razones "del hombre decoroso y muy docto" resultan esenciales para la novela de caballería o estoy entendiendo mal alguna cosa?
18. Repetición de "lo mismo".
19. Espacio entre signo de interrogación y letra interior.
20. Omisión de signo de interrogación en: "[¿]Ante lo diverso o lo distinto?".
21. Probable error en "el que el compuso"; ¿no será "el que le compuso"?
22. Convendría explicar en cada caso por qué algo es distinto y por qué es diverso.
23. Dice "por mi" en lugar de "por mí".
24. Mayúscula incorrecta: "según Américo Castro, Hay en Cervantes [...]".
25. Donde dice "por el mismo", ¿debiera decir "por él mismo"?
26. Dice "El Manco de Lepanto" y podría decir "el Manco de Lepanto" o "el manco de Lepanto"; en otras palabras, puede ir con mayúscula "Manco", ¿pero "El"?
27. Dice "denunciar cuan próximo" en lugar de "denunciar cuán próximo".
28. Dice "adhesión a la iglesia" en lugar de "adhesión a la Iglesia" y, más arriba, "critica a una Iglesia que [...]". Conviene escribir "Iglesia" con mayúscula.
29. Falta una coma entre las preguntas: "¿A qué se debe este uso que hace Cervantes del cura?[,] ¿por qué exponer [...]?"
30. Dice "critica a la iglesia" en lugar de "critica a la Iglesia".
Como es visible, se trata de un conjunto de pequeños errores que no alteran substancialmente lo valioso del análisis. Pero insistiré en la conveniencia de aclarar y exponer y explicar más acabadamente lo referente a "lo distinto" y "lo diverso" en general y en cada aplicación particular.
¡Saludos!
Diego Pepón.... sólo muchos cariños para tí...
Un abrazo
Marce.
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